domingo, 25 de febrero de 2024

Un Plan (in)Perfecto


Llegaba tarde. Pasaban apenas unos minutos de la hora acordaba, pero tenía la sensación de que se había retrasado horas. La mochila bamboleando en el hombro por el paso raudo por los pasillos. No corría, andaba rápido. Aún sabiendo que se retrasaba, no le salía correr por los pasillos. Le imponían un respeto muy superior a cualquier otra cosa. Quizá era por todo el tiempo que había pasado en ellos, castigado. 

Al cerrar la puerta tras de sí, todos los que estaban en aquel aula universitaria se le quedaron mirando. No eran muchos, apenas llegaban a la decena, incluyendo al profesor que estaba frente a la pizarra. 

—La puntualidad, en este mundillo, es primordial —dijo, mirando su reloj. 

Bajó las escaleras del aula en silencio. Sus compañeros ocupaban diferentes mesas de las dos primeras gradas. Se sentó en una a la izquierda, junto a una chica que, a primera vista, parecía rondar su edad. Ellos dos eran los más jóvenes del grupo. Le dedicó una sonrisa tímida, nerviosa, pero ella lo rechazó sin miramientos, centrando toda su atención en el hombre frente a la pizarra. 

—Bien, bien, ya estamos todos —comenzó, sentándose en la gran mesa plagada de libros—, ya podemos comenzar. 

De un salto se levanta, pletórico, y en dos zancadas se planta frente a una gran pizarra que gira sin ningun esfuerzo, revelando el plano de la planta de un edificio. 

—El palacio de Waddington —revela un corpulento hombre, con un marcado acento del este, sentado a la izquierda de la clase. 

—¡Efectivamente! Veo que es muy observador. compañero. Sí, en efecto es el palacio de Waddington. Una fortaleza verdaderamente inexpugnable… hasta ahora. Para ello os he reunido aquí, al equipo perfecto. Pero, antes de nada, es el momento de las presentaciones. Yo soy el señor Geranio. Bien. Ahora, compañeros, procedan a abrir los sobres que he depositado en las parrillas de cada uno de vuestros asientos. 

Tímidos e incrédulos, cada una de aquellas personas sacó de debajo de la mesa un gran sobre marrón con las palabras “Top Secret” mataselladas. Hubo dudas sobre si abrirlo o no, hasta que una mujer joven, de tez tornasolada, tuvo el valor de hacerlo. Tras ella, el resto. Encontraron un pequeño taco de folios, sujetados por un par de remaches. El primero de todos tenía el nombre de una flor en letras grandes, ocupando practicamente la gran mayoría del folio. 

—Quedaos en esa primera página. Memorizad esa palabra. Ese nombre, ¿sí? Estos serán, a partir de este momento, vuestros nombres. Es mejor así. Que nadie conozca nada de nadie…

—Yo lo conozco a él —interrumpió el corpulento hombre, señalando al que estaba sentado junto a él —. Es mi hermano. 

—Sí, bueno… —Hizo, el  señor Geranio, una mueca de hastío—. No me refería a eso…

—Yo lo conozco a usted, de la facultad —comentó la muchacha que estaba junto al joven impuntual. 

—Bueno, vale —resopló el señor Geranio —, sí, pero…

—Y ella es famosilla —dijo un chico con pinta de malote, que estaba sentado con las piernas cruzadas, tras los hermanos, señalando a la mujer de piel tornasolada—. ¿No eres algo de Camarón?

—¡¿Qué pasa que por ser morenita tengo que ser ya gitana?! —explotó, levantándose—. Eres un puto subnormal, chaval, pero si quieres juego a ser gitana y te meto un navajazo en las costillas.

El macarrilla le lanzó un beso, provocando que la mujer se lanzase contra él. Los hermanos eslavos tuvieron que servir de escudo humano para que la sangre no llegase al rio, mientras el resto de personas se alborotaban. Realmente parecía una clase. 

—¡Bueno, ya esta bien, coño! —les regañó el señor Geranio—. A partir de ahora somos un equipo y tenemos que trabajar como tal. Que cada uno día el nombre que se le a asignado y su profesión.

—Señora… señorita Dalia —se presentó la mujer de piel tornasolada, con un tono de rabia—. Tasadora de arte. 

—Señor Narciso —el hombre corpulento—. Obrero experto en demolición. 

—Señor Jacinto —el otro hombre—. Yo físico. 

Todos se quedaron sorprendidos ante aquella revelación, pues ese era igual de corpulento que su hermano, incluso pareciera más grandote. El hombre no pudo más que ruborizarse al ser el centro de atención, cosa que aún llamó más la atención, pues claramente su cuerpo no pegaba con su forma de actuar. 

—Señor Amapola —habló una mujer algo desaliñada que se había sentado en una esquina, alejada del grupo—. Informática. Experta en seguridad. 

—Señor Tulipán —un hombre barbudo y panzón, rozando ya la barrera de los cincuenta—. Yo me dedico al noble arte de abrir cerrojos, candados, puertas… Vamos que soy cerrajero.

—Se-señor Gi-girasol —otro hombre. Este era algo apocado, con gafas de pasta y un chalequito de punto—. Me-mecánico. 

Esta fue otra de esas revelaciones que levantó un murmullo. Aquel hombrecillo que rezumaba olor a bibliotecario antiguo se dedicaba, nuevamente, a algo totalmente inesperado.

—Yo paso de toda esta mariconada —continuó el macarrilla—, aquí pone que me digáis Loto y soy… contrabandista.

Miradas incrédulas e incómodas. Esquivas. El ambiente se hizo algo pesado, sin que nadie supiese muy bien como reaccionar.  

—Señor Loto —le llamó la atención el señor Geranio—. Por favor, diga cuál es su verdadera profesión.

Profirió un profuso suspiro:

—Médico. ¡Pero no he ejercido nunca, eh! Fue cosa de mi puto viejo, que quería que estudiase lo mismo que él… Además, me expulsaron del hospital por un problemilla con unos fármacos.

Un tercer murmullo, algo más apagado que los anteriores, aunque no menos asombrado. El Señor Loto se puso rojo como un tomate, a lo que se subió los cuellos de la cazadora mientras se hundía en su asiento. No le gustaba ser el centro de atención de aquella forma.

—Señor Clavel —retomó un hombre bastante mayor aunque con pasión en la mirada—. Artista plástico. 

—Señorita Gardenia —la joven sentada junto al impuntual—. Alumna de arquitectura.

—Yo soy… —tragó saliva el muchacho impuntual. Era el último que quedaba por descubrirse y eso implicaba que todos lo estuviesen mirando. Eso le enervaba. Él tampoco estaba acostumbrado a llamar la atención, sino todo lo contrario—. Soy el señor O-I-… No se esta letra cual es —le acercó el folio a la señorita Gardenia que se lo colocó al derecho—. Li-ri-o. ¡LIRIO! Señor Lirio. Ese soy yo, el señor Lirio. Sí. Y soy carterista. 

Ahora el murmullo fue diferente. Hasta ese momento todo el mundo tenía un oficio legal. Él era el primero en reconocerse abiertamente como un delincuente. Lejos de ponerse más nervioso, sacó pecho por la situación, pues estaban allí dispuestos a perpetrar un robo y él era el único que tenía experiencia en aquel campo. 

—Bien, bien, hechas las presentaciones— retomó el señor Geranio—, continuemos con lo que nos atañe. Esto —señaló el plano—, como bien a mencionado el señor Narciso, es el palacio de Waddington. Seguramente todos lo conoceréis, aunque no hayáis estado nunca entre sus paredes. Aunque al principio fue un palacio privado, el poco interes de los herederos hizo que lo donasen a la ciudad, con todo lo que había en su interior. Claramente no sabían lo que tenían entre sus manos. Total que convertido en museo ha alojado grandes colecciones de arte, pero lo interesante es lo que se encuentra no en las galerías visitables, sino en los sótanos. Una de las más valiosas colecciones de arte, contando en su haber con obras originales que nunca han sido expuestas en museos y que muy pocas personas son conocedoras de su existencia. También cuentan con un gran número de muebles antiguos, de valor incalculable, o una extensa biblioteca repleta de tomos, en su mayoría incunables, y un gran muestrario de piedras preciosas y joyas. A veces exponen alguno de esos objetos, aunque hay decenas que aún no han sido vistos por las personas corrientes. Cualquiera de esas cosas es un buen botín, sin duda alguna… 

A medida que iba enumerando todos y cada uno de los objetos de valor de aquel palacio, a los miembros del equipo se les iba haciendo la boca agua. Con un solo objeto de aquellos, bien vendido, ya les daría para vivir el resto de sus vidas sin pasar penurias. 

—Todo eso es para ladrones poco ambiciosos, no para nosotros. ¡No! Nosotros vamos a por algo más jugoso. A por el verdadero botín — giró otra de las pizarras, colocándola en el centro de todas las miradas. Solo había una gran foto de una pequeña esfera, de un azul cerúleo—. Vamos a por esto. 

—¿Qué es? —preguntó el señor Lirio por lo bajini. 

— Parece un ¿ojo? —respondió el señor Clavel. 

—Esto —continuó el señor Geranio —es El Ojo de Odín. Una joya invaluable. Imaginad una perla a la que le habéis incrustado un diamante y a ese diamante le habéis incrustado una esmeralda. —Señaló, en la foto, lo que debían mirar. En efecto, la esfera se asemejaba a un ojo, con su iris y su pupila—. Pues bien, señores y señoras, este es el objeto que vamos a robar, pues vale más de diez mil millones de dólares. 

—¿No ha dicho que era invaluable? —se mofó el señor Loto. 

—¡DIEZ MIL MILLONES! —Vociferó el señor Tulipán—. Eso es… es… —empezó a hacer cálculos en el aire—. Una pechá de dinero para cada uno. 

—Mil millones para cada uno —intervino la señora Amapola. 

—Eso es —retomó el señor Geranio, viendo las caras de avaricia del equipo—. Y os estaréis preguntando, ¿si el lugar es tan inexpugnable, como vamos a hacer? Pues bien, camaradas, prestad atención, porque os voy a explicar el meticuloso plan mediante el cual vamos a perpetrar el robo del siglo. ¡Que digo del siglo, de la historia! 

De repente, como controlados por el demonio de la codicia, todos ocuparon la primera fila de mesas. El señor Lirio, que estaba feliz junto a la señorita Gardenia, se vio desplazado hasta la esquina, pues el señor Tulipán y el señor Girasol se encasquetaron en medio. En la otra mano, entre los señores Jacinto y Narciso se sentó la señora Amapola, obligando a la señorita Dalia a sentarse junto al señor Loto. El único que no se movió de su sitio fue el señor Clavel, que no se veia tan entusiasmado como el resto tras oír semejante monto. 

El señor Geranio volvió a apartar la pizarra que tenía la foto del codiciado objeto, moviendo después la otra pizarra, la que mostraba los planos del palacio Waddington. 

—Bien. Bien. Veo el interes reflejado en vuestros rostros. Eso es bueno, porque así, estoy seguro de que el plan saldrá como está previsto. 

Sacó de su bolsillo un puntero. Lo extendió con un movimiento seco, muy teatral, como si estuviese empuñando un estoque y luego, casi conteniendo el gesto de hacer el saludo de esgrima, señaló la puerta. El inicio del plan. 

—Bien. Bien. El Palacio Waddington, como bien sabréis, se encuentra en medio de ninguna parte. En pleno corazón de Córdoba. Pertenece al Marquesado de Clu, desde la guerra de independencia contra los franceses, porque el General Ambrose Humperton ayudó, no solo con la defensa del territorio, sino a asegurar la seguridad y formación de las Cortes en Cádiz. 

—No me esperaba que esto fuese una clase de historia —bromeó el señor Tulipán, con el joven señor Lirio—. Si lo sé hago pellas. 

—Total, que como ya he dicho el palacio pasó de manos de un señor que apenas venía a unos herederos que directamente lo despreciaron y donaron, sin comprobar las cosas valiosas que tenían. Pero bueno, no voy a criticar a unos descerebrados que no han sido capaces de comprobar siquiera su patrimonio, pues es beneficioso para nosotros esa dejadez. Así que, centrémonos en lo importante —Su rictus tornó serio—. Como habréis comprobado, del sobre habéis sacado un taco de folios, a parte de vuestro nombre en clave, son vuestras nuevas identidades. Os pido que os las estudiéis bien y que os metáis en el papel. Ahora sois actores, así que tenéis que comportaros acorde a vuestra nueva identidad.

De nuevo el revuelo. Cada uno inspeccionó en silencio las páginas dadas. Había caras de disgusto, de asombro y alguna que otra de alivio, pues podrían dar salida a ese cursillo de actor por correspondencia que tanto le había costado terminar. 

—Empecemos por el principio entonces:

Primeramente, la señorita Amapola entrará a formar parte del personal del palacio. Tienen, aparentemente, algún que otro problema con la seguridad informática. También el señor Tulipán pasará a formar entre las filas del equipo de mantenimiento. Ya me he encargado de enviar vuestras referencias y ninguno ha tenido ningun problema en ser aceptado. Una vez dentro, se harán a la vida de la casa, estudiando los horarios y cada habitación. Nuestro objetivo se encuentra aquí —señaló con el puntero a una habitación concreta—. Es una habitación que alberga la bóveda de seguridad en la que se encuentra el Ojo. Por mucho que intento, no soy capaz de vislumbrar donde está ubicada, es como si en este y otros planos que he consultado, faltase algo. Así que ustedes dos se encargarán de ese trabajo de campo. 

Mientras eso ocurre, el señor Narciso, el señor Jacinto y el señor Girasol centraran esfuerzos en crear una via que conecte los pisos subterráneos del palacio con los del edificio de al lado. Ese edificio es una vieja casa medio en ruinas que ya me he encargado de adquirir, así que, simulando ser obreros de una empresa de reformas, tendrán total libertad para actuar sin ser molestados. 

Ahora, la señorita Dalia. Ella tiene un papel muy importante, pues ella, con sus conocimientos en arte y con la ayuda de la señor Clavel, tienen que encargarse de crear una copia perfecta del Ojo. Capaz de engañar al ojo humano y que no se note que lo hemos intercambiado. 

Señor Lirio, para usted también hay una tarea de vital importancia. Se hará pasar por un miembro de la vigilancia, encargándose de definir los puntos ciegos de las cámaras, las flaquezas en la seguridad y horarios de los otros vigilantes. Esos horarios los tienen, de todos modos, bien desglosados en las fichas que les he cedido, pero ya saben, el factor humano es importante también. 

Luego tenemos al señor Loto. Usted tiene un papel principal. Ha de convertirse en artista. En pintor para ser más exacto. Llegará el día acordado con intención de exponer su obra. Eso causará un gran revuelo que hará que la seguridad y el normal funcionamiento del personal del palacio se vea algo alterado. ¿Por qué? Os preguntareis. Porque la señora Amapola se encargará de crear un perfil falso del artista, haciéndolo ver como alguien sumamente famoso e importante en el panorama vanguardista de las artes contemporáneas, pero lo suficientemente excéntrico como para no haberse dejado ver mucho en la primera plana.   

Por último, pero no menos importante, la señorita Gardenia tiene un papel crucial en esta operación. Ella es la pieza clave. Sin ella, todo esto se caería—. Clava, el señor Geranio, su mirada más penetrante en la joven estudiante—. Es usted la dovela de todo este plan, señorita. Usted tiene que hacerse pasar por Lady Eleanora O’Higgins, sobrina del actual marqués de Humperton, que ha ido a disfrutar de las colecciones que en algún momento pertenecieron a su familia. Eso hará que le permitan ver las habitaciones subterráneas. Como todo será un caos por el señor Loto, usted tendrá más libertad de movimiento. La señorita Amapola nuevamente, se encargará de que le sea asignada una escolta personal que, casualmente, será el señor Lirio.

Bajarán al subterráneo los dos. Entonces la señorita Amapola se encargará de corromper el sistema de cámaras para que no los capten a tiempo real y ni siquiera se sepa que está pasando. Previamente, el señor Tulipán se habrá encargado de sacar copias de cada llave y cada cerradura que vayan a necesitar, y las habrá distribuido disimuladamente para que las puedan usar en el momento adecuado. Usted, señorita Gardenia llevará en todo momento la copia.

La dificultad debería encontrarse en el momento en el que lleguen a la bóveda de seguridad. Normalmente hay un guarda custodiándola, pero seguramente que con todo el revuelo en el piso superior, habrán colocado dos, o incluso tres. No pasa nada, porque usted, señor Lirio, se ha tenido que asegurar de dejar en uno de los pasillos, oculto, un par de viales de somnífero que habrá preparado el señor Loto. 

También, la cerradura biométrica, por lo que necesitaríamos la pupila de alguien que esté autorizado. Para ello, contamos con la habilidad de la señora Amapola, que habrá metido en la base de datos la pupila de la señorita Dalia, que, habrá entrado como directora de la institución y que, se unirá a la señorita Gardenia y al señor Lirio para abrir la puerta, aunque inmediatamente volverá al piso de arriba, a atender al excéntrico señor Loto. 

Por otro lado, el señor Tulipán ese día tendrá que enfrentarse a un problema con las tuberías de los aseos. Una maniobra más de distracción, por la que habrá que prohibir la entrada a cierto ala. Ala que queda situada justo encima del emplazamiento de la bóveda. Esto hará que no haya quien pueda escuchar los ruidos que pudieran hacer el señor Narciso, el señor Jacinto y el señor Girasol, terminando de excavar el túnel. Es esencial que ese túnel se termine justo cuando se está llevando a cabo el robo, pues sino llamaría la atención.  

Volviendo a la habitación. La bóveda tiene un sofisticado sistema de seguridad que protege el ojo. Han de ser muy meticulosos para poder desactivarlo, introduciendo uno de los códigos de doce dígitos encontraran entre las fichas. El código va cambiando cada hora y solo tendrán un único intento de introducir el correcto. Pero no pongan esas caras tan apesadumbradas, no es un acto de fe. La consola en la que se introduce el código tendrá un jeroglífico que os indicará cuales son los números que tendréis que introducir. Tenéis que memorizarlo, eso sí. 

Y ya, una vez superado eso, solo queda reclamar nuestro botín. Entonces, el equipo del señor Narciso habrá completado el túnel. Le entregareis el Ojo a ellos. 

También, ustedes tres, tendrán que preparar la coartada. Cogerán a los guardias y los sacarán por el túnel. No se preocupen, el somnífero que preparará el señor Loto los mantendrá dormidos, como mucho, medio día entero. De sobra. Pues bien, sacarán a los guardias y los meterán en una furgoneta, en la que os estaré esperando yo. 

Después, mientras yo, junto a los señores Narciso y Girasol, llevamos a los guardias lejos, a la sierra, a una cabaña que estará acondicionada y plagada de pistas incriminatorias, el señor Jacinto volverá a la bóveda y, con un puñado de cartuchos dinamita, se encargará de crear una explosión que haga más caos.

En medio de ese caos, todos y cada uno de ustedes han de ingeniárselas para alejarse del lugar sin llamar la atención. 

No nos volveremos a ver. Cada uno se irá por su lado en el preciso instante en el que empiecen a alejarse. Yo me encargaré de hacerles llegar el dinero, no se preocupen. Del mismo modo que recibieron la invitación a esta reunión, les llegará la citación para que pasen a recoger su parte. 

Y bien, ¿Alguna pregunta?

—¿Por qué tanta parafernalia? —dijo el señor Lirio—. O sea, podría coger el Ojo la señorita Delia, aprovechando que será la directora, y salir por la misma puerta. O la señorita Gardenia, si me apura, y hacer lo mismo. Inclusive el señor Jacinto, el señor Narciso y el señor Girasol pueden cavar directamente el túnel a la bóveda y tomarlo ellos. 

—Sí, muchacho, efectivamente —respondió el señor Geranio, con una sonrisa—. Pero así se pierde teatralidad. ¿Y no es esa la finalidad de un robo de estos? Interpretar un papel. Actuar con ingenio, burlándose de la seguridad y de lo establecido. La ambición del ego… Por eso tu eres un simple carterista, chico, porque te falta esa ambición, ese pensar a lo grande. 

El joven se hundió en su asiento, mientras el rubor se iba haciendo presente en sus mejillas. El resto de compañeros contuvieron una risilla, no por la contestación humillante del señor Geranio, sino por el nerviosismo que les suscitaba aquella situación. 

Hacía unas horas eran personas normales, con sus vidas monótonas en su mayoría, pero ahora tenían la posibilidad de convertirse en prófugos de la justicia y multimillonarios de la noche a la mañana. 

—Antes de dejarlos marchar —continuó el señor Geranio—, entiendo que ninguno estará dispuesto a echarse atrás. De todos modos, por si alguno tuviese alguna duda, me he permitido la osadía de preparar una pequeña sorpresa. Pueden observar la última página de los documentos que les he cedido, si son tan amables. Léanla con especial atención si me hacen el favor. 

En cada cara podía leerse un poema distinto. Un grito se ahogó de manera coral. Nadie comentó nada. Algunos guardaron los documentos de nuevo en el sobre, como si quisieran desterrarlos. La señora Amapola rompió en lágrimas de rabia, mientras el señor Loto profería insultos murmurados. 

—Bien. Bien. Veo que todos estamos en el mismo barco. Así que, doy por concluida esta reunión. Entiendan que no he tenido más opción, pues nada me garantizaba que no fuesen a irse de la lengua en caso de no aceptar mi propuesta. Discúlpenme, se lo ruego… Por lo menos, no me guarden rencor. 

Unos pocos se levantaron de los asientos. Parecieran que tenían prisa por salir de allí. El señor Tulipán fue el primero en llegar hasta la puerta, con la cara desencajada. Otros, parecían haberse abstracto del mundo, queriendo digerir toda la información allí dada. El señor Girasol pintarrajeaba los documentos, haciendo pequeños dibujos, como si estuviese haciendo unos planos.  

El señor Lirio aprovechó para acercarse a la señorita Gardenia. Sabía que no debía establecer un lazo con ninguno de ellos, pero ella le había llamado la atención. Además, según el plan, ellos dos tendrían que desactivar el código y llevar a cabo el robo en sí, así que era mejor conocerse y coordinarse bien.

—Esto es un poco como la Casa de Papel, ¿no te parece? 

—Sí —respondió ella, recogiendo sus cosas. 

—Podríamos tomarnos un café para conocernos un poco. A fin de cuentas, tenemos que organizarnos bien para cuando estemos en la bóveda. 

—¡Ah! Antes de que se me olvide —habló por última vez el señor Geranio —, tienen todos tres meses para prepararse bien todo lo que tenemos que llevar a cabo. El robo dará comienzo en marzo, durante la semana santa. Hasta entonces, que les vaya bien. 

Tras aquellas palabras, el señor Tulipán salió de la estancia dando un portazo. Todos fueron saliendo, sin hablar unos con otros. La señorita Gardenia, aunque reticente, aceptó la invitación del señor Lirio. Para ella también era todo muy rocambolesco, pero la labia del muchacho sirvió para convencerla. 

A los tres meses, las caras de aquellas diez personas abría todos los telediarios. «El Intento de robo más penoso de la Historia» encabezaba un afamado periódico, acompañando el texto con las fotos de cada uno de ellos. Todo lo que pudo salir mal salió mal: la señorita Amapola no era tan ducha en la informática como ella decía; el señor Tulipán no marcó las llaves que correspondían a cada cerradura, por lo que se perdió mucho tiempo; la falsificación del señor Clavel no se parecía en nada al original; el señor Loto se pasó de listo con su interpretación, por lo que se plantó la policía en el lugar; por aquel incidente, la señorita Dalia tuvo que tardar mucho más de lo esperado y, entonces, los guardias se despertaron a mitad de camino; viéndose acorralado, el señor Geranio no dudó en tirar de la manta e implicar a todos y cada uno de ellos, a cambio de un trato de favor… 

Y así fue como al perfecto plan del señor Geranio se le abrieron las costuras, por no tener en cuenta el factor determinante en todo ello: el factor humano. 


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