Los amantes se separaron después de la vorágine carnal que habían llevado a cabo. Ella, se dejó abrazar por Morfeo y cayó en un ligero sueño. Él, la contemplaba en silencio, admirando aquel cuerpo desnudo empapado en sudor.
Aún teniéndola a menos de un palmo, no se atrevía a acariciarla, por si se trataba de un sueño del que no quería despertar. Lentamente, y con el cuidado con el que se trata la porcelana, retiró la sábana, dejándola al descubierta.
Anonadado y embelesado, contempló la cascada de negros cabellos de caían hasta los pechos. Se detuvo en ese punto, contemplando los senos de la dama. Eran como dos colinas nevadas, redonditos y firmes. Alargó el brazo lentamente queriendo rozarlos, aunque el hecho de perturbar su sueño lo detuvo.
Contempló su rostro unos segundos, cerciorándose de que no la había despertado su torpe movimiento. Algo avergonzado desvió la mirada al techo, pero su deseo de seguir mirándola era algo con lo que no podía, ni quería luchar.
Continúo con la mirada hacia abajo, hasta encontrarse con el pequeño ombliguito, que parecía un botoncito azabache, en la blanca piel de la joven. Cuando posó su mirada en el monte de Venus de su amada, ella se giró, dejando ver sus compactos glúteos y sus firmes muslos. Mientras los contemplaba, el joven descubrió la marca de un mordisco que le había dado hacía unos minutos, a causa del desenfreno y la pasión. Un calor inundó su cuerpo, aunque era algo diferente al que había sentido cuando la apretaba contra su pecho.
Del rubor de la vergüenza nació el fuego de la lujuria. Sintió el impulso, casi animal, de volver a tomarla entre sus brazos, beber de sus labios y yacer con ella, pero volvió a contenerse.
Durante unos segundos, se contentó con contemplar la perfecta figura de la mujer que dormía junto a él. Apenas podía creer lo que estaba pasando, nunca había estado con una mujer de semejante belleza.
El impulso regresó, y casi sin querer, acarició la espalda de su amada, desde el final del cuello hasta donde pierde su nombre. Fue una caricia suave y delicada, que hizo que se le erizasen los pelos, en parte por el miedo a que fuese algo irreal, que despertase del sueño en el que estaba y no quería terminar.
Ella reaccionó, volviendo a colocarse boca arriba, aunque se giró rápidamente. A pesar de la velocidad del movimiento, a él le dio tiempo a descubrir una pequeña clave de sol, que no había advertido hasta ese momento, tatuada en su muñeca izquierda.
La veía como una musa. Era hermosa. El contraste de su pálida piel y sus cabellos, oscuros como el azabache, eran sublime. Un tercer impulso, aunque reprimido a tiempo, hizo que el corazón del amante latiese violentamente.
Ese latido descontrolado, rompió el abrazo de Morfeo, que mantenía a la joven dormida. Un ojo del color de la miel, fue abriéndose hasta alcanzar el tamaño de una almendra. Se asustó, al ver la intensidad de esa mirada, clavada en él. Lentamente se echó hacia atrás, con la intención de evitar esa mirada, pero ella se incorporó.
Al verlo temblar, río. Con una delicada y cálida mano, agarró su mano, pronunciando su nombre. Tragó saliva y suspiró, agradeciendo al universo que no fuese una fantasía.
Sintió el impulso de nuevo, y se acercó a su amada. La miró a los almendrados ojos, para luego descender hacia sus finos labios, de un tono rojizo. Le acarició la cara suavemente, y ella le correspondió besándole la mano.
Las miradas entrecruzadas hicieron que, sin mediar palabra, los amantes comprendiesen sus pensamientos mutuos. Tímidamente al principio, pero cada vez más apasionados, se acercaron y se fundieron en un cálido beso. Él paseó sus labios por el cuello de ella, que soltó un leve gemido.
El beso fue bajando por la anatomía de la mujer, que se mordía el labio. Cuando los labios de llegaron al ombligo, alzó la vista y sin mediar palabra, y con una sonrisa picaresca, se levantó, la agarró de la cintura y la besó apasionadamente en los labios.
Y así, fundidos en un solo ser,
bebiendo el uno del otro, pasaron la noche. No dejaron de contar los lunares
del otro, hasta que el Sol los descubrió, y como si de un observador indiscreto
se tratase, les hizo separarse tímidamente.
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