domingo, 3 de octubre de 2021

El Baile de las Hormigas


Es curioso el comportamiento que tienen las hormigas, sobre todo a la hora de buscar comida.
Era impactante, apenas hacía una hora desde que había dejado de respirar y cientos de hormigas recorrían ya su cuerpo.
En vida había sido un hombre indecente, de esos que no dejan huella allá donde van. Ahora, su huella estaba por toda la pared del callejón.
Realmente había sido un tipo desgraciado el pobre Eugene Collins. Desde muy temprana edad había sido desgraciado. Vivió con sus padres en una pequeña granja de Dakota del Norte, donde no era feliz.
Ya desde muy pequeño había rivalizado con el hijo de la única familia en 50km a la redonda, el joven James Gatz. Siempre había ido un paso por detrás de él, pero siempre con él.
Incluso ahora que había muerto, lo había hecho por detrás de Gatz (bueno, ahora se hacía llamar Gatsby).
Su muerte no fue nada del otro mundo, no fue una venganza, ni nada romántico como la de Jay Gatsby, fue una muerte con más pena que gloria.
 
Pues bien, el “asesinato” de Collins no puede ser propiamente llamado asesinato, fue más bien una muerte accidental, incluso un suicidio asistido.
Collins siempre había tenido ese temperamento peligroso, tan característico de los soldados que volvían del frente. La Guerra había sido muy dura, sobre todo a miles de kilómetros de aquel cuchitril al que llamaba hogar.
Con su temperamento y aquella extraña manía de perder empleos, Eugene no era capaz de juntar ni diez dólares a la semana.
¡Pobre infeliz!, toda una vida dedicada a un país que no lo consideraba más que uno más… y eso no podía aceptarlo.
Bueno para nada, cansado de un país que le daba de lado y sin un trabajo estable, no fue difícil que Eugene acabase como camorrista.
Un trabajo sencillo para un duro excombatiente criado en Dakota, que se desenvolvía como pez en el agua. Era un trabajo soñado para él, un trabajo en el que le pagaban por pegar palizas.
Era bueno. Era muy bueno. Era el mejor… pero no tenía suficiente, necesitaba más.  De la incomodidad y el arrepentimiento de las primeras palizas, en pocas semanas, Eugene paso a sentir autentico placer con cada chasquido de huesos, cada borboteo de sangre resbalando por sus puños y el calor de los cuerpos de sus víctimas… pero también acabo por cansarse de ello.
Paso de la extorsión a la agresión y luego al asesinato. El primer fue accidental, algo salió mal, algo no se calculo bien y la caja torácica de aquel tipo quedo colgando del techo, como si de una lámpara se tratase.
Fue traumático, todo el horror de la guerra volvía a su cabeza, pero por algún motivo recluido en su subconsciente, aquello le dio placer. Después de aquel día, necesitaba eso como el vivir.   
El ilustre soldado Collins se había vuelto un vulgar asesino. Simplemente había cambiado el nombre de su tarjeta de presentación.
Volvía a compararse con Gatz, que subía como la espuma, mientras Collins se hundía en el más oscuro fango. El primero buscaba el amor de una única persona, rodeado de cientos de ellas; el segundo, anhelaba el reconocimiento del mundo, y creía que estaba yendo por el camino más rápido.   
Por capricho del destino, quiso el azar, James y Eugene volviesen a encontrarse. Gatsby y Collins frente a frente en L’il Bistró, un antro de mala muerte a las afueras de Brooklyn.
Gatsby estaba realmente preocupado aquella noche, cosa que a Collins le subió la moral (entre sus deseos más profundos, la desgracia de Gatz era uno de sus más queridos). Gatz tenía algo entre manos, algo que requería los servicios de Collins, y estaba dispuesto a pagar veinte de los grandes.
Collins lo acepto sin saber siquiera de lo que se trataba, el simple hecho de reunir veinte mil dólares le hacía salivar como un perro.
Gatsby se lo explicó, con gran precisión y sin decir una palabra más alta que otra (el vaso de ginebra, medio vacío, ayudo un poco).
Era un trabajo bastante sencillo, un solo asesinato, sin límite de tiempo, sin presiones ni estupideces de esas que le imponían algunos clientes.
Gatsby le paso una carpeta de papel marrón y le pidió que no la abriese, hasta que él se hubiera ido.
El trabajo fue fácil, demasiado fácil a lo mejor. El objetivo era el hijo de Thomas Falccini, un nuevo capo de la droga, que había interferido en varios de los asuntos de Gatz.
Con la muerte del primogénito y único hijo de Falccini, Collins había firmado, sin saberlo, su sentencia de muerte.
Pasaron dos meses realmente infernales, hasta que Collins acudió a Gatz. No lo había visto desde el día de cobro, y lo encontró totalmente diferente. Ya no parecía un perro apaleado, sino uno de esos galanes que salían en los libros.
Collins imploró la ayuda de Gatsby, a pesar de que su antiguo vecino juraba y repetía que no lo conocía.
Se fue hundido de la gran mansión de Gatsby. En las escaleras se cruzo con un tipejo bien vestido y de firmes andares. Le entraron ganar de estrujar su cuello, pero se contuvo… bastante tenía ya con la familia Falccini.
Esa fue la última vez que vio a su rival y “amigo” Jay Gatsby. Una semana más tarde, en un tugurio de mala muerte en la peor esquina del Hudson, la noticia de que Jay Gatsby había sido asesinado en su casa, por un marido celoso, encabezaba el periódico.
Con la muerte de James, Collins sabía que no le quedaba mucho tiempo antes de que el capo Tommy F o alguno de sus matones diesen con él. Por primera vez desde que volvió de la guerra, Eugene estaba nervioso, inquieto y temeroso por culpa de la incertidumbre que le causaba el saber que iba a morir, pero no cuando.
Sus últimas noches las paso en los bares, abrazado a su Colt 45 y a un vaso de whisky. No tardo mucho en encontrarse con Emile LeCroix, el matón de los Falccini.
Todo fue muy rápido. LeCroix tuvo la decencia de invitarle a un último trago y a un pitillo, antes de sacarlo al callejón de detrás del pub.
La bala ni siquiera le dolió, ni estaba fría. Un calor agradable le recorrió el cuerpo mientras caía entre dos contenedores. La sangre le acariciaba la sien y el mundo ante él perdía color. Con sus últimas respiraciones vinieron las hormigas. Lo último que notó Eugene fue el cosquilleo de decenas y luego cientos de curiosas patitas que recorrían su cuerpo, en una especie de danza coreografiada… 
   

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