He aprendido geografía en otros cuerpos, para tratar de olvidar los pliegues de tus piel. He descansado al calor de otros brazos, intentando liberarme de tu apasionado abrazo. He regado otros jardines, esperado arrancarme el olor de tu sal. He probado otras mieles, otros labios, buscando la ambrosía que me dabas con tus besos. Nada se compara a ti.
Ni siquiera recuerdo si fuiste real
o un delirio, solo la electricidad que recorría mi carne al sentir el tacto de
la tuya. Recorrí cada palmo de tu ser. Besé cada peca que encontré. Sabías a
mar y a café amargo. Aún recuerdo el aroma del humo del cigarro barato, de la
sangre, primeriza, derramada sobre el blanco lienzo en el que pintamos la pasión
de una noche de verano. No éramos más que dos cuerpos que se buscaban bajo las
sábanas. Nos sobraba hasta la piel. La noche se nos hizo corta y, para cuando
nos quisimos dar cuenta, el Sol nos observaba tímido tras las nubes.
Aquella noche me mostraste los placeres
de la carne. Fuiste la mejor profesora que pude tener y yo tu alumno
predilecto. Durante un tiempo me enseñaste a rozarte lento, a saciar cada deseo
de tu mente. Me tenías rendido a tus pies e hiciste cuanto quisiste, hasta que
te cansaste y, con el viento, desapareciste.
Solo me quedó un vago recuerdo.
La confusa idea de si en algún momento exististe de verdad o todo fue un húmedo
sueño. No volví a saber de ti, no volví a verte más que en mis sueños. Cuando
vuelves a amarme como aquella noche. Cuando vuelves a ser mía.
Algún día volveremos a encontrarnos,
para no separarnos nunca más. Saldrás de mis sueños. Volveré a oler la sal de
tu piel y a saborear la ambrosía de tus labios. Volverás a enredarme entre tus
brazos y llevarme a tu jardín. Y entonces, cuando nos vuelva a sobrar hasta la
piel, te leeré todas las cartas que nunca te envié.
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