sábado, 23 de julio de 2022

Putxín, el Sapito Saltarín


En los humedales, repletos de animales, cuando el hielo dio paso a aires primaverales, nació un sapito pequeño y saltarín, al que cariñosamente llamaban Putxín. Una mañana despertó sin pereza, había tenido sueños de grandeza. Así, presto, tomó mochila y sombrero y se lanzó al mundo para ser aventurero.

Saltito a saltito, avanzando despacito, llegó a una granja el sapito y, como la noche empezaba a acercarse, decidió juntar algo de paja donde acurrucarse. Temprano fue despertado de un susto, madrugar nunca le resultó un disgusto, pero nunca es agradable el despertar de sopetón, con el cántico chillón de Antón, el Gallo Fanfarrón.

¡Así no hay quien pegue ojo!” gritó con enojo, a lo que el gallo respondió: “¡Arriba, no seas flojo!” y volando bajó del alero el gallo altanero, posándose en un poste, para ver al sapito aventurero. “De todos mis animales tu cara no me suena, ¿De dónde vienes? ¿Quién eres? Y tú intención, ¿es buena?”. “¡Soy Putxín, el sapito saltarín! “ respondió sincero: “Salí de los humedales para ver el mundo entero”. De aquellas palabras rio el gallo con una carcajada sonora, tanta gracia le hizo, que no pudo parar hasta pasada una hora. “¿Un sapito aventurero? Que sueño tan tonto. Si no quieres hacerte daño es mejor que vuelvas a casa pronto”.

Al ver la cara de tristeza del pobre sapito notó el orgulloso ave como se ablandaba su corazoncito. “No me hagas mucho caso” dijo con el pico pequeño “Yo ya soy viejo. Si quieres conocer el mundo es mejor preguntarle al vencejo”. Levantando su ala señaló a lo lejos un pequeño grupo de tejos. Allí había establecido su nido el más peculiar de aquellos animalejos, pues no es habitual que aquellas aves vivan en los árboles, pero aquella de allí, como ya he dicho, no era de los normales.  

Cuando volvía del tórrido sur, buscando un calor menos sofocante, de sus amigos se separó por el ataque de un maleante. Heridas sus alas, sus pies tocaron el suelo, ya no volvería a alzar el vuelo. Y desde aquel tejo entona su triste duelo, llorando por tocar el cielo.

Llegó Putxín al atardecer pues, aun corto, el camino hay que hacer. Además a medio camino, para no desfallecer, ¡había parado a comer! Como era buen escalador llegó a la copa en un abrir y cerrar de boca. Para su suerte pronto se topa con un nido deslucido, parecido a la estopa. Al acercarse al nido cascado, descubrió al ave allí tumbado. Se veía algo chafado, con el cuerpo desplumado y el espíritu aún dañado. Miraba al cielo triste el vencejo, mientras recordaba un recuerdo añejo, sus alas batían en un acto reflejo de cuando aún no era preso de aquel tejo.

Dejame en paz, da media vuelta, ¡Y NO ABRAS EL PICO! El ruido me molesta. Te he visto venir desde allá, desde la cuesta, sé que te manda el gallo. ¡Cuan dura tiene la cresta! Desde hace años ese pajarraco manda animales… aunque eres el primero de los humedales. Recuerdo antaño sobrevolar aquellos lodazales, siempre plagados de seres desleales: sierpes viles, feos sapos, traicioneros cocodrilos y gusarapos, moscas, mosquitos, ratas que visten harapos, basura, guiñapos, restos de desafortunados garrapos y huesecillos de gazapos. ¡Y esa pestilencia que a tus pulmones da cien sopapos y te los hace trapos!

Aquellas feas palabras al sapito hicieron llorar, pues así no era su hogar, pero la voz no le salía, su cuerpo no paraba de temblar y el vencejo, habla que habla, no lo dejaba pensar. “¡El Gallo me mandó a ti, Vencejo, para pedirte un consejo!” gritó frunciendo el entrecejo: “Pero esperaba encontrar un aventurero, no semejante tipejo, así que mejor lo dejo”. Del árbol bajó en dos botes, para alejarse de allí a los trotes, del esfuerzo le sudaban hasta los bigotes, pues rápido se movía dando botes y rebotes.

Volvió el sapito a su hogar en el humedal. Su sueño había acabado mal. La tristeza sustituyó su carácter jovial, haciendo que en la charca bajase la moral. Muchos de los animales lo intentaron animar, pero él no los quería escuchar. Hasta el gallo, por remordimiento, se pasó a saludar, aunque de la puerta no llegó a pasar. Solo lloraba el sapito, viendo el reloj avanzar, quería su sueño olvidar, pues las palabras del vencejo tanto daño lograron causar, que ya ni soportaba ver los pájaros volar.

Lentos pasaron los días, hasta la época estival. Decidieron sus amiguitos hacerle un festival. La banda de Vera, la Rana Jazzera, se encargó del tema musical y las luciérnagas iluminaron el humedal. Las charcas engalanadas con los nenúfares más hermosos hacían que el lugar fuese más vistoso. De que cada plato fuese delicioso se encargó Losso, el Oso Goloso, de los fogones un virtuoso. Al festejo se unieron animales de más allá del valle, ¡La plaza central al borde del estalle! Con todo preparado faltaba un detalle… ¡Sacar al Sapito a la calle!

El Gallo Antón y Violeta, la Gata Coqueta, pensaron una treta para sacar a Putxín de su caseta. Cogieron de la cocina ingredientes para preparar una gran croqueta, de hoja, cebollino y seta. A tan rico olor no pudo resistir y la puerta terminó por abrir. “¡Putxín que alegría verte salir” dijo el gallo sin dejar de reír: “Nos tenías preocupados sapito bobalicón, por eso, para que no estés triste hemos montado este fiestón”.

En las calles había gran expectación por ver cuál era su reacción. “Gracias amigos” habló secándose el llanto: “Siento haberos preocupado tanto. He estado pensando ¡De mi sueño no me achanto! Claro, me llevaré algún desencanto. El camino no será fácil, pero si me caigo me levanto ¡Ya me iré curando de espanto! Y si llega un momento que más no aguanto, pues hasta ahí, me planto”.

Con un estruendoso aplauso comenzaron la fiesta, que se alargó hasta la hora de la siesta. Y así termina la historia esta, con Putxín y sus amigos bailando al son de la orquesta.   

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