Roma, X de Mayo de 20XX
Hoy te he vuelto a ver, entre el
humo y las luces. Apenas han sido unos segundos, pero para mi han sido
suficientes. Suficientes para remover todo lo que creía dormido. Suficiente
para recordar todos aquellos momentos en los que me hiciste creer que era
especial. Suficientes para que volvieran los suspiros de un corazón abandonado.
Apenas un parpadeo y todo ha
vuelto a nacer.
He vuelto a ser el chico tímido recorriendo
los callejones de Roma siguiendo tus pasos. Aquel que soñaba con impresionarte.
Aquel que te siguió al fin del mundo, que se dejó embaucar por la vacua promesa
de una musa y bebió de los venenos prohibidos, anhelando siquiera una mirada.
Aquel que abrazó el rosal, tiñendo las flores con su sangre, para que otros te
las regalasen.
Por un simple abrazo perdí el
hálito, para convertirme en esclavo de tu risa.
Te coloqué en un pedestal. En el
más alto que pude. Ni siquiera entendía por qué se aceleraba mi corazón cuando
estaba contigo, porque me había asomado al borde de tu abismo y no me gustó lo
que vi. Y aún con todo decidí saltar.
Fui el tonto enamorado que se
dejó enredar en los hilos de tu pelo, en el rimar de tus andares, mientras
rebuscaba las palabras exactas para abrirte las puertas de un corazón que ni siquiera
te importaba.
Fui paciente, esperando mi
momento oportuno, mientras te veía del brazo de uno y de otro. Solo volvías a
mi a derramar tus lágrimas. A regalarte los oídos, pues de sobra sabías que
reinabas en mi mente y en mi pecho.
Tardé en darme cuenta. Me
arrancaste la venda a la par que el corazón. Una tarde, sin venir a cuento,
escupiste tus verdades a medias, desmontando los castillos que tu misma me
habías creado. Fuiste vendaval. Los últimos labios a los que he amado sin que
me perteneciesen.
Esos labios que nunca
pronunciaran mi nombre con el mismo cariño con el que pronuncian el suyo. El de
aquel que ha aparecido detrás de ti. El que ha provocado tu embaucadora risa y,
sin disimulo, te ha robado un apasionado beso. Te has ido de su brazo, sin
siquiera verme. Ni siquiera creo que recuerdes los motivos por los que
decidiste cortar los lazos que nos unían.
He querido odiarte todo este
tiempo, pero me es imposible. No puedo, ni quiero dejarte marchar de esa forma,
así que nublo tu recuerdo con aquel prohibido veneno que bebí de tus manos sin
dudar, esperando una señal que nunca llegó, mientras escribo las cartas que
nunca te envié.