domingo, 24 de julio de 2022

La Heredera


Madre me contaba cada noche las leyendas de los héroes de otro tiempo, hasta que me quedaba dormida. Hablaba de las bravas guerreras que defendieron La Colmena del ataque de las fieras invasoras de las Tierras Salvajes. De valientes exploradoras, que se atrevieron a cruzar El Gran Azul en busca de los legendarios Mares de Soles ¡y los encontraron! Me contaba tambien las historias de las Iluminadas, que se encargaban de guiar las animas de los que ya no están para que no se perdiesen en las oscuras noches. Las hazañas de la cuadriculada y eficiente Brigada Bruna, trabajando de sol a sol por el bien de su reino y sus luchas con el Ejército Carmesí. Los enredos de las troupes ambulantes de músicos, que llegaban cuando las lunas se hacían más cortas, montando sus espectáculos para alegrar la vida del valle. Hablaba también de unos peculiares individuos que se vestían como nosotras para sentirse protegidos, pues los colores de La Colmena, por si solos, infundían respeto entre todos los habitantes del bosque. De la bella Emperatriz de las Flores y su hermoso sequito hadas, que danzaban de flor en flor, cautivando a todos quienes las vieran. De aguerridos guerreros de oscuras armaduras y largas lanzas que peleaban sin descanso para demostrar su fuerza.  Del Rey del Bosque y su corte, que viajan por todos los Reinos, asegurándose de que todo esté bien. De los brutos rayados, que dejan un inconfundible rastro de caos, mientras buscan alimento allá donde van. De los extraños animalejos peludos con quienes compartíamos árbol, curiosos y pilluelos, que alguna vez habían intentado rapiñar algo de miel, pero se habían llevado un buen escarmiento. A veces también contaba historias de terror. Sobre las poderosas bestias cubiertas de pelo y garras que, en ocasiones, atacaban nuestros hogares, para robar nuestro preciada ambrosía. De los Hijos de la Luna, que cada noche la llaman con tristeza. Sobre Las Tejedoras, capaces de crear obras tan hermosas como peligrosas. De los Habitantes del Cielo, enemigos de casi todos los pueblos del bosque, pues eran muy peligrosos, aunque en el pasado, habíamos tenido que aliarnos por un bien común. Y de los Gigantes, lentos, torpes y destructivos.

Madre siempre decía que, cuando la corona adornase mis antenas, debía proteger el reino de aquellos amenazadores seres. En aquel momento creí que eran cuentos para asustar a las larvas, pero Madre tenía razón, aquellos Gigantes eran, sin duda alguna, los monstruos más terribles.

Arrasaban allá por donde pasaban, sin ningun tipo de remordimiento. Sin respetar las tierras de los Reinos del Bosque, ni a sus habitantes. Poco les importa que estuviésemos antes, solo quieren destruir la tierra para crear sus aberrantes construcciones.

Acabaron con los dorados campos de girasoles. Aquel legendario Mar de Soles, tan preciado por mis ancestros, devastado hasta el último petalo. Contaminaron el Gran Azul, con los desechos que vierten desde sus gigantescas fábricas que también espantaron a los Habitantes del Cielo con el humo que echan. Asolaron las tierras de la Emperatriz, aplastando las flores y destruyendo los extensos jardines que tanto esfuerzo les había costado crear. Talaron la mitad de los árboles, destruyendo Reinos completos.

Más eso no es lo peor que hacen. No tienen suficiente con destruir nuestro hogar. No tienen suficiente con arrasar los Reinos del Bosque, ni con ensuciar el Gran Azul, ni con expulsar a los Habitantes del Cielo. Lo peor es que nos matan. Usan unos extraños artilugios que hacen un ruido atroz e iluminan el mundo con el brillo de la muerte. Acaban con las peligrosas bestias y a los Hijos de la Luna, porque les tienen miedo, pero también con dan caza a la corte del Rey del Bosque y a los brutos rayados por diversión. A veces también van a por los Habitantes del Cielo o los espantan con falsos Gigantes.

A las nuestras también las matan, de las maneras más crueles. Al confundirlas con nuestras acérrimas enemigas, las avispas, son rociadas con un pestilente gas que impide a las nuestras respirar, ahogándolas lentamente hasta la asfixia. Las que no corren esa suerte las capturan para esclavizarlas en artificiales panales, en los que son obligadas a crear la ambrosía para los Gigantes.

Pongo la vista sobre mi Reino. Los Gigantes han destruido casi todo el Reino del Bosque. Cada vez quedamos menos. Cada vez escasea más el polen. Cada vez se escuchan menos zumbidos por La Colmena. Mi hermana, junto con un pequeño grupo de valientes exploradoras, marchó hace unos meses hacia el oeste, en busca de tierras fértiles y seguras para la supervivencia de La Colmena.

Yo, viendo que mis fuerzas comienzan a abandonarme, llevo un tiempo preparando una nueva reina. Madre me dejó un Reino amenazado y la tarea de protegerlo, aunque, si esto sigue así, mi esfuerzo de instruir a mi sucesora será en vano, pues no quedará nada que pueda heredar. 

sábado, 23 de julio de 2022

Putxín, el Sapito Saltarín


En los humedales, repletos de animales, cuando el hielo dio paso a aires primaverales, nació un sapito pequeño y saltarín, al que cariñosamente llamaban Putxín. Una mañana despertó sin pereza, había tenido sueños de grandeza. Así, presto, tomó mochila y sombrero y se lanzó al mundo para ser aventurero.

Saltito a saltito, avanzando despacito, llegó a una granja el sapito y, como la noche empezaba a acercarse, decidió juntar algo de paja donde acurrucarse. Temprano fue despertado de un susto, madrugar nunca le resultó un disgusto, pero nunca es agradable el despertar de sopetón, con el cántico chillón de Antón, el Gallo Fanfarrón.

¡Así no hay quien pegue ojo!” gritó con enojo, a lo que el gallo respondió: “¡Arriba, no seas flojo!” y volando bajó del alero el gallo altanero, posándose en un poste, para ver al sapito aventurero. “De todos mis animales tu cara no me suena, ¿De dónde vienes? ¿Quién eres? Y tú intención, ¿es buena?”. “¡Soy Putxín, el sapito saltarín! “ respondió sincero: “Salí de los humedales para ver el mundo entero”. De aquellas palabras rio el gallo con una carcajada sonora, tanta gracia le hizo, que no pudo parar hasta pasada una hora. “¿Un sapito aventurero? Que sueño tan tonto. Si no quieres hacerte daño es mejor que vuelvas a casa pronto”.

Al ver la cara de tristeza del pobre sapito notó el orgulloso ave como se ablandaba su corazoncito. “No me hagas mucho caso” dijo con el pico pequeño “Yo ya soy viejo. Si quieres conocer el mundo es mejor preguntarle al vencejo”. Levantando su ala señaló a lo lejos un pequeño grupo de tejos. Allí había establecido su nido el más peculiar de aquellos animalejos, pues no es habitual que aquellas aves vivan en los árboles, pero aquella de allí, como ya he dicho, no era de los normales.  

Cuando volvía del tórrido sur, buscando un calor menos sofocante, de sus amigos se separó por el ataque de un maleante. Heridas sus alas, sus pies tocaron el suelo, ya no volvería a alzar el vuelo. Y desde aquel tejo entona su triste duelo, llorando por tocar el cielo.

Llegó Putxín al atardecer pues, aun corto, el camino hay que hacer. Además a medio camino, para no desfallecer, ¡había parado a comer! Como era buen escalador llegó a la copa en un abrir y cerrar de boca. Para su suerte pronto se topa con un nido deslucido, parecido a la estopa. Al acercarse al nido cascado, descubrió al ave allí tumbado. Se veía algo chafado, con el cuerpo desplumado y el espíritu aún dañado. Miraba al cielo triste el vencejo, mientras recordaba un recuerdo añejo, sus alas batían en un acto reflejo de cuando aún no era preso de aquel tejo.

Dejame en paz, da media vuelta, ¡Y NO ABRAS EL PICO! El ruido me molesta. Te he visto venir desde allá, desde la cuesta, sé que te manda el gallo. ¡Cuan dura tiene la cresta! Desde hace años ese pajarraco manda animales… aunque eres el primero de los humedales. Recuerdo antaño sobrevolar aquellos lodazales, siempre plagados de seres desleales: sierpes viles, feos sapos, traicioneros cocodrilos y gusarapos, moscas, mosquitos, ratas que visten harapos, basura, guiñapos, restos de desafortunados garrapos y huesecillos de gazapos. ¡Y esa pestilencia que a tus pulmones da cien sopapos y te los hace trapos!

Aquellas feas palabras al sapito hicieron llorar, pues así no era su hogar, pero la voz no le salía, su cuerpo no paraba de temblar y el vencejo, habla que habla, no lo dejaba pensar. “¡El Gallo me mandó a ti, Vencejo, para pedirte un consejo!” gritó frunciendo el entrecejo: “Pero esperaba encontrar un aventurero, no semejante tipejo, así que mejor lo dejo”. Del árbol bajó en dos botes, para alejarse de allí a los trotes, del esfuerzo le sudaban hasta los bigotes, pues rápido se movía dando botes y rebotes.

Volvió el sapito a su hogar en el humedal. Su sueño había acabado mal. La tristeza sustituyó su carácter jovial, haciendo que en la charca bajase la moral. Muchos de los animales lo intentaron animar, pero él no los quería escuchar. Hasta el gallo, por remordimiento, se pasó a saludar, aunque de la puerta no llegó a pasar. Solo lloraba el sapito, viendo el reloj avanzar, quería su sueño olvidar, pues las palabras del vencejo tanto daño lograron causar, que ya ni soportaba ver los pájaros volar.

Lentos pasaron los días, hasta la época estival. Decidieron sus amiguitos hacerle un festival. La banda de Vera, la Rana Jazzera, se encargó del tema musical y las luciérnagas iluminaron el humedal. Las charcas engalanadas con los nenúfares más hermosos hacían que el lugar fuese más vistoso. De que cada plato fuese delicioso se encargó Losso, el Oso Goloso, de los fogones un virtuoso. Al festejo se unieron animales de más allá del valle, ¡La plaza central al borde del estalle! Con todo preparado faltaba un detalle… ¡Sacar al Sapito a la calle!

El Gallo Antón y Violeta, la Gata Coqueta, pensaron una treta para sacar a Putxín de su caseta. Cogieron de la cocina ingredientes para preparar una gran croqueta, de hoja, cebollino y seta. A tan rico olor no pudo resistir y la puerta terminó por abrir. “¡Putxín que alegría verte salir” dijo el gallo sin dejar de reír: “Nos tenías preocupados sapito bobalicón, por eso, para que no estés triste hemos montado este fiestón”.

En las calles había gran expectación por ver cuál era su reacción. “Gracias amigos” habló secándose el llanto: “Siento haberos preocupado tanto. He estado pensando ¡De mi sueño no me achanto! Claro, me llevaré algún desencanto. El camino no será fácil, pero si me caigo me levanto ¡Ya me iré curando de espanto! Y si llega un momento que más no aguanto, pues hasta ahí, me planto”.

Con un estruendoso aplauso comenzaron la fiesta, que se alargó hasta la hora de la siesta. Y así termina la historia esta, con Putxín y sus amigos bailando al son de la orquesta.